En 1962, Julieta ingresó en el Partido Comunista Portugués, PCP, en Lisboa. Era estudiante de Derecho y fue invitada a ingresar por uno que luego caería preso.
Aquel fue el año de la ‘crisis académica’, que se desencadenó a raíz de una acción de la PIDE al disolver un almuerzo que el entonces rector, Marcelo Caetano ofrecía a los recién ingresados en la Universidad, los que en Portugal llaman ‘caloiros’, o novatos. El rector –que años después sería el sucesor de Salazar- dimitió en protesta de esa invasión que no respetaba las tradiciones académicas. Con este motivo se desencadenó una huelga general de universitarios, que llamaban ‘luto’, para evitar llamarla huelga, palabra que estaba prohibida.
Julieta, hoy una anciana amable, diminuta, pero con los ojos aun brillantes, encontraría en esa época a quien sería su primer marido, un estudiante de Medicina, también comunista. Se casaron y ella tuvo que dejar temporalmente los estudios. Además, hubo una redada masiva de la PIDE por culpa de un comunista que se cambió de bando, un soplón, que denunció a todos y huyó a Brasil para siempre, para evitar las lógicas represalias.
Ahora, doña Julieta, o la camarada Julieta, viuda, vive en una de las ciudades dormitorio de los alrededores de Lisboa, bastante lejos (“en mi barrio vivimos gentes de todas las razas”). Viene como voluntaria a la librería que el PCP tiene en su sede en la avenida da Liberdade, justo en frente de la Embajada de España.
Ha tenido una larga vida de militancia, de trabajo, pues al no poder acabar la carrera trabajó hasta su jubilación en un taller de artes gráficas. Julieta tiene ahora 82 años y sigue entusiasmada. Cuando le hablo de la desaparición, autodisolución, del Partido Comunista de España, me dice:
La base teórica de nuestro partido, consolidada por Cunhal, ha conseguido mantener la cohesión…. dicen que Cunhal seguía las instrucciones de Moscú, pero él iba allí y les discutía, les contradecía.
El PCP aun se mantiene activo sobre todo en el Alentejo, con pueblos impecables, limpios, sin aberraciones inmobiliarias. Humilde, con posiciones internacionales de lo más discutible, ancladas en la fraseología antiimperialista de los años setenta, es sin embargo una fuerza necesaria, útil, para sostener muchas reivindicaciones de los sectores más desfavorecidos de la población portuguesa. Voluntarios ya viejos siguen asegurando muchas de las tareas del Partido. Sus posiciones en el Parlamento, radicales, no dejan de ejercer un patriotismo de lucha, responsable, pragmático. Sus carteles exhiben los símbolos -hasta la hoz y el martillo- con los colores de la bandera, verde y rojo. No quieren romper el país. Impensable en España. No está nunca de más echar un vistazo a su periódico, Avante, para contrastar el triunfalismo del gobierno o las declaraciones de los banqueros, financieros y empresarios más afamados del país.
Julieta, la última vez que la ví, estaba leyendo un libro de Lawrence Durrell. Es gran lectora, -“ya no me caben los libros en la casa y muchos no voy a poder leerlos en lo que me queda de vida”, me dice con una sonrisa-, y me recomienda el Viaje a la URSS de John Steinbeck, que acaba de ser traducido al portugués.

No sólo hay que escudriñar en las librerías al uso. Nos llevaremos sorpresas agradables entrando en el magnífico edificio que es la sede del Partido Comunista Portugués, en el número 168 de la avenida da Liberdade. Fue el antiguo Hotel Victória, del arquitecto modernista Cassiano Branco. En 1974 estaba abandonado y años después lo adquirió el PCP.
Además de todas las ediciones de Avante, obras de Alvaro Cunhal, de Lenin, de Marx, hay siempre una mesa y unas estanterías con libros usados muy variados, tanto portugueses como extranjeros, desde Guy de Maupassant hasta guías de Leningrado y Moscú de hace sesenta años (con fotos encantadoras de mujeres alegres y automóviles de colores), publicadas por Intourist, el organismo de turismo soviético. Están las obras de Lorca, traducidas, las del ágil escritor Mário de Carvalho, las de Maria Teresa Horta y bastantes más.
Allí encontré el libro de relatos de Mário Dionisio, O día cinzento, con la portada ilustrada por él mismo, por un euro, que los libreros venden por 25. Mário Dionisio, crítico de arte, escritor, poeta y pintor, era comunista, como muchísimos intelectuales, artistas y escritores portugueses en los años de la dictadura. Su magna obra, ya algo pasada, sigue siendo A paleta e o Mundo, un conjunto de estudios y ensayos sobre pintura digno de conocerse.
También se encuentran las curiosas revistas Literatura Soviética de hace cincuenta años, cuando la URSS difundía sus artistas, poetas y escritores. La revista, muy bien hecha, se editaba en español, inglés, francés, alemán, polaco, húngaro, checo, eslovaco y japonés. Como es lógico, sólo accedían a sus páginas los intelectuales ‘afectos’, mientras los disidentes estaban vetados por la censura.

Vista retrospectivamente, Literatura Soviética y su homóloga en francés, Lettres Soviétiques, son muy interesantes. Para tomar el pulso a aquella época y porque dedicaban algunos de sus números a escritores muy relevantes, como Tolstoi o Gorki, y a las letras y artes de países hoy independientes, como el Kirzigstán, Lituania o Ucrania. Son una fuente de referencias -soviéticas, claro- de autores hoy desaparecidos u olvidados, pero que tenían algún mérito. Entre otras cosas, porque en muchas de esas nuevas repúblicas asiáticas, sumidas en luchas étnicas, corruptas y controladas por un islamismo atávico, la cultura brilla por su ausencia. Casi tiene uno cierta nostalgia de la URSS, que con mano de hierro mantenía esas inmensidades bajo control.
Paso por la sede del PCP y me dicen que dona Julieta está enferma -no del Covid- y hace meses que no viene a su modesto despacho de librera.