Cuando estamos siempre dispuestos a boicotear Estados por no cumplir las mínimas reglas de civismo, libertad y derechos, resulta que no importa que Qatar persiga a los homosexuales, trate a los trabajadores inmigrantes prácticamente como esclavos (como la kafala, que permite a los empresarios deportar trabajadores o impedirles su salida del país), o que sea un nido de corrupción financiera y de lavado de dinero. Nada nos aparta del fútbol, al precio que sea. La FIFA, que no es precisamente lo más puro del mundo, está feliz. Sólo algún aguafiestas -además no calificado- como Noruega prometió boicotear el campeonato desde el inicio.
El doble rasero de nuestra opinión pública, de la prensa y de los políticos es apabullante.
Cuando se derriban estatuas de exploradores, de españoles como Cervantes, de Colón, por esas Américas y alguna ministra española lo ha justificado, cuando hay científicos y profesores israelíes a los que se les impide dar conferencias en universidades americanas o inglesas, cuando la intolerancia de los bienpensantes políticamente correctos reverbera por doquier, resulta que Qatar es ideal y lo que importa es quién va a jugar en la selección, no si hay que aceptar jugar en ese país. Y eso es así para la prensa liberal como la conservadora, todos los medios acríticos y entusiasmados con el Mundial 2022. No pasa nada, no hay ni siquiera un ápice de duda. Hasta hay quienes dicen que este Mundial va a hacer mejorar la situación de derechos humanos, de la mujer y de los gays en los países del Golfo. Ilusos.
La longa manus de Qatar es muy poderosa y ya ha ido neutralizando los críticos potenciales. Ya en su día la consultora Burson-Marsteller asesoró a la Junta militar argentina para que contrarrestase la mala imagen (30.000 desaparecidos, miles de presos y torturados), infiltrando los medios de comunicación.
En España estamos muy contentos con el Mundial de Qatar y en Barcelona, más aún, pues como dice La Vanguardia hoy, hay 16 jugadores blaugrana en la selección española. Pelillos a la mar.