Insultos a Mahoma, libre expresión, terrorismo y el (relativo) silencio musulmán

Que no os guíe la mala voluntad

ni el odio contra los que os

han apartado de la Mezquita sagrada.

Corán, Sura V, 2, 3

Proudhon dijo en sus Confesiones de un revolucionario: “es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología” (citado por Donoso Cortés).

En nuestro mundo occidental hemos subestimado, cuando no olvidado, el peso de la religión. Los  musulmanes, al contrario; la religión es ubicua, en lo privado y en lo público, en la derecha y en la izquierda. Recuerdo, cuando vivía en Rabat, cómo muchos marroquíes socialistas de Al Ittihad Al Itchiraki no dudaban en citar el Corán, que conocían y cuyos mandatos seguían, algo que para la izquierda occidental parece un contrasentido.

En el Islam todo se explica en Dios y por Dios. Atacar a Mahoma lo consideran un ataque a la esencia de la Umma, de la comunidad de los creyentes. Sin Alá, sin el Corán (que significa ´lectura´), no se puede explicar ni entender la historia y la actualidad de los pueblos musulmanes. No hay separación entre la vida civil y la vida religiosa, es todo uno. Para entender y contender con el Islam necesitamos también teólogos, no sólo analistas históricos. Ni el marxismo, despachando el asunto como un mero opio del pueblo, ni el capitalismo, han sabido ni han querido entender la religión ni la idiosincrasia de estos pueblos, y han intentado imponerles sus recetas económicas y políticas de manera dogmática.

Debemos comprender que los musulmanes son, en el fondo, un pueblo históricamente fracasado. Los países musulmanes han fracasado en sus intentos de desarrollo económico, social, político y jurídico. Ni el socialismo, ni el capitalismo de Adam Smith, ni el liberalismo occidental han prosperado realmente. Perduran en el seno de las sociedades musulmanas unas enormes diferencias sociales, económicas, educativas. Muchos alientan cruentas guerras étnicas y civiles bajo el pretexto de una tendencia del propio Islam. Las satrapías feudales del petróleo no han logrado el bienestar ni la igualdad. Muchos musulmanes se han refugiado en la religión como último baluarte ante la Ilustración, la modernidad y la laicidad. La religión es para ellos una pasión más que una creencia y exigen un respeto pero sin reciprocidad.

Desde hace decenios, el mundo musulmán hierve y el terrorismo parece el arma principal de unos que dicen combatir en su nombre. Los últimos asesinatos han sido, dicen, provocados, por las viñetas de aquel semanario francés.

Los países musulmanes no entienden ni comparten la libertad de expresión, que es un derecho fundamental en todas las democracias. Sin embargo, como abogado del diablo, me pregunto ¿debe haber límites a la libertad de expresión? ¿es legítimo burlarse de una creencia religiosa? ¿es aceptable insultar a una religión con burdos chistes? ¿es aceptable hacer burla del holocausto? ¿y de Mahoma o del Buda? ¿Qué pensaríamos de un chiste o una caricatura que presentase a todos los sevillanos como miembros  del Ku Klux Klan porque celebran la Semana Santa? Eso, además de los límites tan tenues entre el chiste, el sarcasmo soez, la grosería o la mera chabacanería.

No difaméis a los otros, no os llaméis nombres injuriosos (Sura 49, 11).

Las leyes castigan la injuria, la difamación, la calumnia pero solamente cuando atañe a personas físicas o jurídicas, no cuando va contra a una religión. (Aunque ahora, por ejemplo, la futura Ley de Memoria Democrática –que de democrática esta ley tiene poco- castigará la exaltación de determinados hechos o valores asociados al franquismo, es decir, limitará la libre expresión).

Se puede criticar una religión o sus ritos y se pueden censurar las derivaciones perversas de un sentimiento religioso que discrimina, por ejemplo a las mujeres. Como también es perfectamente legítimo oportuno atajar preceptos religiosos que van en contra de la salud, tal la prohibición de transfusiones de sangre que defienden los Testigos de Jehová.

Pero me parece una falta de respeto insultar gratuitamente a los creyentes –errados, fanáticos o lo que se quiera- por el mero gusto de reirse de ellos. Esto podría considerarse un ataque a la dignidad de las personas de esa religión, dignidad que también protegen las Constituciones y, entre ellas, la española. El ateísmo no tiene por qué estar reñido con el respeto a los creyentes. Hay una colisión de derechos, pero ésta no se puede resolver con caricaturas que ofenden, por demasiado susceptibles que sean los musulmanes. Tenemos dos esferas, la meramente jurídica, y la del buen sentido, la del respeto y de la consideración. Los occidentales y ‘librepensadores’ podríamos hacer un esfuerzo, limitarnos, usar del self-restraint, y no insultar a esa religión y a sus creyentes gratuitamente. Gratuitamente, digo, porque no sirve más que para exacerbar su fanatismo, crear más tensión, es como hurgar en la herida.

En Francia, la patria del ateísmo histórico (y también de la misantropía, “el infierno son los otros”, decía Sartre), el derecho a ir contra cualquier religión está permitido, así como no está penada la blasfemia. Pero Voltaire no era un santo ni sus ideas son un dogma vaticano, ni Descartes siempre tuvo razón. Francia, tan complaciente antaño con el terrorismo etarra, del IRA o las Brigadas Rojas, se despierta ahora con un terrorismo que no acierta a comprender, que le rompe sus esquemas cartesianos.

Cementerio musulmán en Rabat, frente al Océano

¿Quién nos creemos que somos para insultar y denigrar a pueblos por sus creencias? ¿Es que somos un ejemplo en todo? ¿Es que nuestras ideas y creencias, no ya religiosas, que casi no tenemos, sino las del libre mercado, del consumo desaforado, del narcisismo de masas, del deporte como negocio, de la explotación de recursos naturales de países africanos, etcétera, son superiores?

Muchas minorías musulmanas están sufriendo a manos de Estados, como los uigures en China –el silencio de la izquierda es estremecedor, tremendo- o los royingha en Birmania (Myanmar), sin que los países musulmanes se muevan por ellos. Recordemos además que la inmensa mayoría de las víctimas de los terroristas islámicos son precisamente musulmanes (véase el reciente ataque a la universidad de Kabul, casi simultáneo al de Viena). Recordemos las masacres en el Yemen. Ni siquiera Erdogan, que se ha constituido ahora en adalid de los creyentes, en una especie de Emir al Muminim, alza su voz por estas minorías, aunque critica a Francia.

También hay que hacer públicas y subrayar, ante el silencio generalizado en los medios de comunicación occidentales, las masacres que sufren los cristianos en muchos países y el acoso y persecución oficiales que se ejerce contra ellos en muchos países musulmanes. El atentado a una mezquita en Nueva Zelanda ha tenido mucha más cobertura que las decenas de iglesias quemadas y los miles de cristianos nigerianos, paquistaníes, bengalíes, etcétera, asesinados.

El ISIS y Boko Haram sistemáticamente han asesinado a los cristianos -y a musulmanes-, de toda edad, sexo y condición. Las excrecencias y pústulas de un Islam tergiversado se manifiestan en estas persecuciones y crímenes, ignorando muchos preceptos y versículos del propio Corán, como los de la sura VII, Al Araf (Al Araf, lugar entre el infierno y el paraíso, es una especie de Purgatorio), que trata de Moisés, como cuando dice “constatarás que los hombres más cercanos a los creyentes por la amistad son los que dicen “sí, somos cristianos” (Sura V, 82), sean éstas sólo citadas aquí como ejemplo.

En este sentido, aunque se comprende la rabia de los musulmanes ante la arrogancia y superioridad de los occidentales, no entendemos su frecuente silencio –casi cómplice- ante los asesinatos perpetrados en nombre del Corán. Aunque algunos se alzan contra el terrorismo, muchos imanes siguen callando cuando hay atentados, callan cuando se queman iglesias en países de mayoría musulmana.

Nos gustaría que fueran muchas más –hay muy pocas- las voces dentro del Islam que se alzasen contra esa barbarie asesina que profana el Corán. El Corán ha tenido centenares de exégetas, por lo que hay que seguir las interpretaciones más positivas, las más conformes a su espíritu, como por ejemplo, la Sura (o capítulo) 12, considerada la más bella, que trata de José y sus hermanos y de Jacob. Quiero creer que la inmensa mayoría de los musulmanes no aprueba en sus corazones esos asesinatos. La tarea de las autoridades religiosas del Islam es imprescindible para separar, expulsar de su seno, a los terroristas que dicen actuar en nombre de Alá.

El Corán contiene versículos muy bellos y cuya interpretación, como la de la Biblia, puede ser muy diversa, pero no pide asesinatos ni masacres. Es Dios, Alá, el misericordioso, el único que administra los castigos. Recordemos:

“Su pasión le llevó a matar a su hermano;

le mató

y se encontró en el lugar de los perdedores”.

Que la sangre derramada por los asesinos no nos nuble el entendimiento; respetemos las creencias religiosas y que los musulmanes más esclarecidos también tomen la iniciativa.

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