El día del Holocausto (18 de abril)

Llevar a la práctica el Yizkor, el deber de recordar el siglo XX

Enrique Krauze

El día de la Shoah,  יום השואה, se recuerda la catástrofe (shoah, en hebreo). Es un término que aparece por primera vez en el libro de Job. Este exterminio ha sido el mayor que han sufrido los judíos en toda su historia. Significó una derrota de los valores esenciales de la humanidad, primero para las víctimas (judíos, pero también hubo víctimas gitanas, homosexuales), y también para los culpables directos, activos y pasivoa, y también para los aliados, que por error, compromiso o cobardía (Munich, 1938) no supieron prever ni atajar lo que ya se anunciaba desde 1933. A la inacabada historia y los intentos de comprender con la razón, si es que fuese posible, el exterminio de seis millones de judíos en Europa (la mitad de toda la población judía mundial), se añade hoy el trabajo pormenorizado del profesor británico Dan Stone (The Holocaust, Pelikan Books, 2023, 400 págs. ISBN 978-0-241-38870-9).

El problema de los estudios históricos y, en consecuencia de lo que llamaríamos certidumbre histórica, depende, primero, de la interpretación que se haga de los hechos conocidos y segundo, de la cantidad y solidez de la evidencia, es decir, de si se tiene acceso a todos los datos y fuentes para interpretar lo que sucedió. El libro de Stone presenta una interpretación distinta, sintética y que abarca mucho más de lo que se ha solido exponer sobre este genocidio. La diferencia entre las persecuciones antiguas, desde las dos destrucciones del Templo, los éxodos, las Cruzadas, la expulsión de España, los pogroms, es que antiguamente los judíos tendieron siempre a darles una significación religiosa, un motivo bíblico, como de una culpa que hubiera que expiar. Hoy la masacre nazi ha sido por primera vez objeto de un análisis histórico moderno, no religioso. Sin embargo, el intento de comprender el porqué parece una tarea inagotable.

En el contexto actual de xenofobia, populismos, rechazo a los inmigrantes y auge de partidos autoritarios e identitarios, Stone considera que las lecciones del Holocausto aún no han sido aprendidas y plantea una serie de objeciones a la historia, digamos, oficial:

  • ¿Por qué tantos países, incluso en zonas no ocupadas por los nazis, colaboraron con la Solución final, asesinando y/o deportando judíos?
  • La interpretación histórica ha sido selectiva en cada país y en los dos bloques, occidente y soviético.
  • Se ha simplificado todo demasiado, metiendo en el mismo saco todos los tipos de ultraderechismo, calificándolos a todos de ‘fascistas’, sin matices, cuando ha habido diferencias entre los distintos movimientos.
  • El exterminio de los judíos no fue sólo industrial sino personal. It was not only business, but personal, podríamos decir, pues hubo centenares de miles de judíos asesinados a tiros por soldados, vecinos, voluntarios, etcétera. No sólo los 4,5 millones de las cámaras de gas organizadas y ‘asépticas’.
  • La ideología subyacente de un antisemitismo milenario en muchas sociedades europeas facilitó e impulsó el exterminio, no sólo a manos de los nazis, sino de millares de colaboradores voluntarios de los países ocupados.

Podríamos resumir el libro de Dan Stone en las siguientes partes:

  1. Antes del holocausto.-

Sigue sin comprenderse en toda su dimensión el fenómeno del racismo nazi y el de los rumanos, húngaros, polacos, bálticos, noruegos, holandeses, franceses, etcétera, de cómo pueblos cultos y cristianos -no lo eran, lo simulaban, podríamos decir, parafraseando a Borges- de Europa pudieron ayudar a los alemanes, aceptar, colaborar y ejecutar ese masivo exterminio sin pestañear. Más allá de los testimonios de los campos (el de Primo Levi quizás sea el más impresionante), que ya empieza a ser casi un lugar común (el sastre, el fotógrafo, etc, etc, de Auschwitz, convertidos en señuelos demasiado simplistas y muy espectaculares, muy del gusto de ciertos cineastas.

¿Qué sucedió? Primero, hubo una influencia de científicos nefasta, recalcando la pureza de la raza, la superioridad de la aria. Eso traería como consecuencia la eugenesia organizada para eliminar a los discapacitados. Stone cita los médicos y científicos que preconizaron ya esa necesidad de eugenesia antes de la eclosión nazi. De alguna manera se había producido en Alemania y en otros países una separación entre ética y cultura. Si no, cómo filósofos como Heidegger, juristas como Carl Schmitt, músicos como Karajan, escritores como Knut Hamsun o Gottfried Benn, callaron o fueron cómplices pasivos. Y cómo ilustres escritores franceses como Céline, Brasillach, Paul Morand, Jean Cocteau, callaron, cuando no azuzaron, el antisemitismo, dando un respaldo cultural a las deportaciones de franceses judíos. Si los perpetradores físicos eran gente común -y no sólo, pues hubo comandantes de campos, gestapos y SS de gran cultura-, los inspiradores fueron personalidades de la élite intelectual. En ese sentido, como dice Stone, el Mein Kampf no hubiera tenido relevancia si no hubiera caído sobre un caldo de cultivo previo, un humus favorable y receptivo.

El nazismo no surge de la nada. Tras el breve periodo de emancipación de los judíos alemanes con Napoleón, tras 1815 se vuelve a la discriminación. En Frankfurt en 1819 hay atentados contra los judíos y sus libros son quemados. Sigue habiendo un antisemitismo de fondo, una discriminación profesional legal y un sentimiento de desconfianza que en Francia tuvo su manifestación más palpable con el caso Dreyfuss.

Dan Stone examina, con testimonios y datos nuevos (o consultados con nuevo ojo crítico, bajo un ángulo diferente), qué sucedió para que la maquinaria de exterminio fuera tan eficiente.

Demuestra cómo cuando hubo resistencia de parte de miembros de la Iglesia, como cuando se llevaron a cabo los primeros asesinatos de discapacitados alemanes, éstos fueron frenado; luego, en plena deportación de judíos de Francia, el arzobispo Monseñor Jules Géraud Saliège, aunque favorable a Vichy se insurgió en un sermón memorable contra la persecución y deportación lo que hizo al gobierno de Pétain retrasar las entregas, y de hecho se frenaron un poco-. Todos los gobiernos subordinados al Reich (Horthy, Antonescu, etc), que mantuvieron una apariencia de soberanía, permitieron, temporalmente que la maquinaria fuese más lenta, fuese retardada. Estos ‘retrasos’ significarían, de hecho, la suoervivencia de muchos judíos, dada la evolución de la guerra.

En efecto, para que el Holocausto fuera posible fue necesario que las administraciones públicas de los países ocupados colaboraran activa y eficazmente en el censo de judíos, en su localización, detención (20.000 gendarmes húngaros colaboraron en las redas, la policía francesa también y no sólo en el Velódromo de Invierno) y embarque. También hubo legislación como el Statut des Juifs, Ley de 3 de octubre de 1940, defendido y sostenido, por ejemplo, por el eminente jurista Maurice Duverger, en un artículo publicado en la Revue de droit public et de la science politique, titulado La situación de los funcionarios tras la revolución de 1940, que él pretendía ser un estudio objetivo y neutro, sin ponderar la raza.Sus libros nos sirvieron en las facultades de Derecho en los 1970. Cómo muchos vecinos de los judíos, en Polonia, Bielorrusia (Svetlana Alexievich lo ha contado), Transnistria, Croacia, colaboraban con ardor en las matanzas, para luego quedarse con casas, ropas, zapatos, con el botín. Muchas veces sin ni siquiera la participación directa de alemanes. En algunos países del Este las ejecuciones fueron a menudo públicas, a la vista de los habitantes no judíos, que miraban con curiosidad y cierto regocijo, como testimoniaron ejecutores alemanes después de la guerra. Era como una vuelta a tiempos medievales donde las ejecuciones públicas eran un espectáculo. Una especie de schadenfreude masiva donde los oprimidos por los alemanes se alegraban de la peor suerte de sus vecinos judíos. Como dijo el poeta Abba Kovner, ruso-israelí (1918-1987):

“Sólo un puñado de sádicos SS son necesarios para golpear a un judío, cortarle la barba, pero millones son necesarios para matar a millones. Tiene que haber masas de asesinos, miles de saqueadores, millones de espectadores”.

2. Organización y “espontaneidad”.-

Además del Holocausto organizado, hubo mucha espontaneidad, mucha confusión de órdenes y contraórdenes, muchas agencias y organismos involucrados, sobre todo antes de la conferencia de Wannsee, en enero de 1942, pero aún después no todo estaba siempre bien organizado pues la logística no era sencilla. También, sobre todo tras Wannsee, todos los sectores del Estado alemán, de sus empresas, de los ferrocarriles, órdenes profesionales, ejército (la Wehrmacht no estuvo limpia, pese a lo que se ha querido difundir, pues amparaba, protegía a los grupos de ejecutores que la seguían, como los Einsatzgruppen -grupos de misión-, las SS, y muchos voluntarios de los países ocupados, como siguieron a Rommel en Polonia), estuvieron implicadas en la tarea de deportación, esclavitud y aniquilación de judíos. Stone desmonta también el mito de la matanza “limpia”, con testimonios de la mugre, basura, suciedad, podredumbre, olores y pestazo que se expandían dentro y fuera de los campos. No eran ‘fábricas de muerte’ sino asquerosos mataderos.

En Lituania, por ejemplo, antes de Wannsee, el comando lituano Arajs ayudado por la Wehrmacht, ya había matado en 1942 60.000 judíos. En Serbia y en Chelmno, antes de enero del 42, ya se usaban los camiones de gas (en Chelmno fueron asesinadas dos hermanas de Kafka, la otra en Auschwitz, junto a mil niños que ella quiso proteger). Antes de que las SS controlasen los campos, ya estaban en funcionamiento los campos Reinhard (Sobibor, Belzec, Treblinka). En estos tres campos, en 18 meses fueron asesinados 1.700.000 judíos. A partir de 1941 se empezaron a usar cámaras de gas primero con los prisioneros de guerra rusos. Cuando los mandos se quejaron de que los verdugos voluntarios, los Einsatzgruppen y otros, que mataban a tiros -responsables de 1.470.000 muertos- , sufrían daños “morales y psicológicos” (sic), se puso en marcha un exterminio más industrial, más ‘aséptico’. En Auschwitz fueron asesinadas 1.100.000 personas, de las cuales, un millón, judíos, y de éstos, la tercera parte húngaros. Auschwitz sólo representa menos del   % del total de asesinados.

La progresiva aplicación del exterminio organizado se refleja en el número de campos: en 1940 había seis campos de concentración, en 1943, 260, en julio de 1944, 600 y en enero de 1945, 730.

En 1950 se contabilizaron un total de 1050 campos y sub-campos que habían funcionado en diversos periodos. Además, hubo unos 1300 campos ‘privados’, de trabajo para fábricas (como en Buchenwald, para la empresa Nobel Dynamit). En los campos que no eran propiamente de exterminio, sin cámaras de gas o crematorio, y los sub-campos, también se asesinaba o se dejaba morir de enfermedades, malnutrición o trabajo esclavo. En total, cada ciudad media austríaca o alemana tenía su campo próximo. Yo recuerdo que en 1987 visité Dachau yendo en taxi desde Munich, unos 30 kms. Es increíble que se aduzca desconocimiento de la población civil alemana.

3. El antisemitismo, esencia del nazismo.-

También demuestra Dan Stone que el exterminio de los judíos, la Europa sin judíos, fue siempre uno de los leitmotivs de Hitler y del nazismo, consustancial a la invasión, un objetivo primordial y no accesorio de la guerra; Europa debía quedar limpia de judíos.

“Este fanatismo sugiere que la Segunda guerra mundial no puede ser contemplada como un conflicto militar típico, una lucha por el control del territorio o del comercio, o un acto de imposición de la fuerza. Fue más bien, desde la perspectiva nazi, un esfuerzo filosófico, una lucha por la raza o muerte, un Vernichtungskrieg: una guerra de aniquilación”.

El Holocausto, además de rendir ingresos (del robo, saqueo, embargo de casas y propiedades como revela el libro de Géraldine Schwarz, Los amnésicos, ver  https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.wordpress.com/6296), además consumió muy pocos recursos de toda la maquinaria de transporte e industrial alemana: el número de judíos transportados a los campos en tren -2,5 millones en 1942-43, supone menos del 0,5% del total de pasajeros de la Reichsbahn en ese periodo, 6.600 millones. El total de vagones usados en total para deportarlos fue de 24.317, lo que representa el 16,3% del total de vagones que eran movilizados en un solo día (149.000 vagones diarios). Esto invalida la peregrina tesis de muchos negacionistas de que “¿cómo iba a destinar Alemania tantos trenes y energía al exterminio cuando tenía los frentes de guerra abiertos”?

4. El holocausto móvil.-

Stone hace hincapié en lo que llama el holocausto móvil, con las marchas de la muerte, organizadas al evacuar los campos del Este ante la llegada del ejército soviético, entre enero y abril de 1945, hasta una semana antes de la rendición. Esta saña, paradójicamente, volvió a traer judíos al suelo del Reich tras haber predicado un Reich Judenrei, limpio de judíos. De hecho, muchos de los trasladados murieron de hambre, frío, o abatidos por sus guardianes (incluso con la complicidad de lugareños alemanes).

5. La parsimonia de los aliados.-

Otro aspecto importante es la pasividad de los Aliados ante la masacre, que se conocía. La lentitud en reaccionar, cuando no la indiferencia, fueron letales. De hecho, hoy, con la ayuda a Ucrania, se oyen muchas voces en Israel y fuera del país de que si Europa hubiera reaccionado igual que lo está haciendo hoy con Ucrania, el holocausto no hubiera tenido esa dimensión. Incluso habría que examinar qué hizo (o peor, no hizo) la Cruz Roja, que podía inspeccionar campos y de hecho visitó Therezin y le dio el visto bueno. Los Offlags, como en los que estuvo mi abuelo, capitán belga, sí eran inspeccionados y, curiosamente, les llegaba hasta chocolate belga a través de la bondadosa Cruz Roja, el último, Prenzlau, a 90 kms al noreste de Berlín.

No insiste Dan Stone en un aspecto para mí crucial: el silencio generalizado, la pasividad de las Iglesias, protestante, católica y ortodoxa que, salvo contadas excepciones no denunciaron la deportación, las masacres, los conocidos campos de exterminio. Téngase en cuenta que la colaboración de gobiernos y de población local mencionada se produce en países de raigambre cristiana, con iglesias y templos visibles, muy frecuentados entonces por una población en su inmensa mayoría practicante y, como dice Stone, que pagaba su diezmo eclesiástico.

Particularmente dolorosa es la cautividad y detención de millares de judíos sobrevivientes tras la ‘liberación’, que fueron obligados a permanecer en campos de desplazados (a veces los mismos antiguos campos nazis transformados), porque no eran autorizados a ir a otros países y menos a Palestina. No había visados, nadie los quería. Los últimos campos sólo serían desmantelados bien entrados los años cincuenta. El último campo, el de Föhrenwald, sólo se cerró en febrero de 1957.

A modo de conclusión.-

Los únicos que han hecho un verdadero examen de memoria histórica han sido los alemanes. No los griegos, ni eslovacos, croatas o rumanos, o los noruegos del National Samling, los croatas con Ante Pavelic, ni siquiera los austríacos se han sentido muy concernidos. Los suizos, como si nada hubieran hecho: por ejemplo, los abuelos una conocida mía, Lillian S., belgas, relojeros, fueron devueltos por los suizos a los alemanes cuando pretendieron refugiarse en Suiza pensando en sus amistades profesionales; murieron en las cámaras de gas. Si es cierto que los alemanes nazis dirigieron el Holocausto, no fueron los únicos ejecutores, aunque a los demás países les conviene descargar toda la culpa en Alemania. Durante muchos años ha habido también el silencio de las víctimas, y además muchos testimonios fueron en yiddish y en lenguas de Europa oriental, documentos que en su mayoría no fueron difundidos en Occidente. Muchos, en cualquier caso, no eran escuchados, no interesaba escarbar el pasado incómodo, acusatorio. Otros no pudieron expresarlo ni quisieron revivir lo pasado, como ha contado muy bien Philippe Sands en su Calle Este-Oeste, sobre sus abuelos de Lviv (Lvov o Lemberg).

Las principales conclusiones serían:

  1. La participación activa, eficiente, voluntaria y cuidados de otros gobiernos y administraciones en la localización, detención y deportación de los judíos de los diferentes países. Municipios, policías locales, ferroviarios,
  2. La activa y voluntaria colaboración de miles de ciudadanos ordinarios, anónimos, de los países ocupados, en las masacres. Esto, en mi opinión, apela más a la antropología y al fanatismo religioso que al mero nazismo.
  3. La mayoría de los asesinatos fueron perpetrados fuera de los campos de exterminio más conocidos, en matanzas según avanzaban las tropas alemanas, en los subcampos de trabajo y exterminio, en las marchas de la muerte y a menudo de forma espontánea por poblaciones autóctonas del Este.

Dan Stone considera, para terminar,

  • que Hitler fue vencido pero no repudiado y que en la xenofobia, en los autócratas, los nacionalismos de hoy, rebrota ese tipo de ideología.
  • que hoy se relativiza el Holocausto, en lo que Stone llama ‘memory confusion’, comparándolo a la conquista colonial, a la discriminación racial, tratando de presentarlo como una teoría eurocentrista, porque “los europeos se lamentan de que se asesinasen europeos, pero no de los demás países” (Aimé Cesaire, por ejemplo, sostuvo esa tesis) o considerándolo una estrategia sionista para sacar dinero a Suiza, Alemania y Austria y, de paso, sostener a Israel -que es la bestia negra de una gran parte de la izquierda-.
  • en la Europa del Este, la guerra fría congeló la memoria y el antisemitismo y la shoah fueron considerados como un trasunto del capitalismo. Ellos no se sintieron concernidos y aún hoy en Polonia está penado mencionar la colaboración de la población civil en las masacres de judíos.

El Holocausto es algo aún contemporáneo; cuando ví el barrio de Cracovia que fue convertido en gueto, los edificios y calles eran muy parecidos a los que se pueden ver en un barrio pequeñoburgués de Madrid.

En España es oportuno recordar el Holocausto porque ha dejado indiferente a la mayoría de los pensadores, empezando por Ortega y Gasset, que nunca dijo una palabra sobre éste, a pesar de conocer bien Alemania y haber vuelto a ella después de la guerra (https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.wordpress.com/5437). Y también siguen siendo ajeno como concepto a la mayoría de los españoles, tanto como el desembarco en Normandía o la batalla de las Ardenas: es un tema de películas y novelas, y no mucho más. Sólo en algún medio, por seguir las noticias de otros países, se hace alusión marginal a éste, pero sin que nos sintamos en absoluto concernidos. Entre otras cosas, incluso se alega que Franco salvó a unos pocos sefardíes (lo que no evitó que de 70.000 sefardíes de Salónica sobrevivieran menos de diez mil), lo que es cierto, y eso parece que nos exculpa e inmuniza.

El libro de Stone es también una advertencia. Nos recuerda la necesidad de conocer lo que ocurrió, el por qué y el cómo, para impedir algo parecido contra grupos étnicos, como los rohingya en Birmania-Myanmar o los uigures en China, ambas minorías musulmanas, por los que ningún país mueve un dedo si no es con obras caritativas o con melifluas advertencias como las del Secretario General de la ONU.

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