De todas las historias de Andalucía, las que más proliferan son las del terrateniente, los gitanos y la guardia civil. Lorca hizo demasiado para propagar las dos últimas la falsa idea de una Andalucía cañí, jacarandosa y chistosa (a la que muchos andaluces contribuyen, también es verdad). Pero Andalucía es mucho más que aceite de oliva, flamenco y olé. Aquí tenemos, entre otros, a don Juan Valera y Alcalá Galiano para confirmarlo (1824-1905).

De Cabra (Córdoba), egabrense, de familia muy acomodada pero también muy culta y abierta al mundo, él representó esa España liberal que parece que nunca ha llegado a consolidarse, por lo que aún seguimos con el discurso binario de derechas e izquierdas, de buenos y malos. El liberalismo ha sido siempre una barrera contra el fanatismo dejando que la libertad de expresión, de prensa (en lo que se pueda), vaya introduciendo la duda en el pensamiento y en la forma de actuar de la población, pues lo peor son las creencias absolutas, siempre convencidas de poseer la única verdad. Al faltar libertad de pensamiento, de expresión, los ciudadanos se convierten en meros súbditos, con tendencia a apalancarse en determinadas ideas, en prejuicios, en ideologías, y el liberalismo es el mejor antídoto contra los prejuicios. No tenemos más que ver el ejemplo del pueblo ruso, que como nunca ha disfrutado de libertad, es fácil de manipular (la mayoría de los rusos se creen todo lo que dice Putin, incluida la supuesta autoría ucraniana del atentado del Crocus City Hall). Por cierto, sus Cartas desde Rusia, donde fue embajador, que él denomina modestamente impresiones, son un retrato directo, magnífico, de la Rusia de 1857, de Alejandro II, recién salida de la guerra de Crimea[1]. Dice del pueblo ruso que “es tal su entusiasmo y su amor por la patria, que hacen de él una religión, de que el emperador es el ídolo”. Vivió en esa alta sociedad que describe Tolstoi, los Strogonoff, Nesselrode, Gortchakoff, Galitzin, Trubetzkoy.

El pensamiento liberal es condición necesaria para que exista una sociedad civil. Su ausencia propicia el maniqueísmo y ese guerracivilismo que nos invade. Ese vacío liberal ha hecho históricamente que proliferen los nacionalismos separatistas, que son la versión antiliberal de una clase media timorata, xenófoba y paleta. El nacionalismo es el consuelo del fracasado y del cobarde ante el mundo global.

Por eso viene a cuento traer a don Juan Valera, cosmopolita, mal encasillado por la crítica primaria, postergado a la peregrina visión de un costumbrista andaluz.

Juan Valera, además de sus novelas en las que describe con fruición las costumbres, comidas, festejos y personajes cordobeses, fue un ensayista preclaro. Destacó en sus ensayos en su forma de abordar los temas culturales y políticos. En muchos casos, creo que acertó más que los noventayochistas, más que Unamuno y es un precursor de Ortega, incluso más abierto que éste a lo francés, portugués y anglosajón, además de a lo germano.

Leamos, por ejemplo, su ensayo De la filosofía española, penetrante, pertinente, atendiendo a pensadores olvidados como Ben Gabirol o Jehuda ben Leví (también escrito Jeuda Levita), pues Valera conocía bien el pasado judío de España. O el Del influjo de la Inquisición y del fanatismo religioso en la decadencia de la literatura española, donde desmonta los mitos de la ‘leyenda negra’ y atribuye también al fanatismo del pueblo los defectos que se quieren reprochar únicamente a reyes e inquisidores,

“Cuando vemos hoy la animación, bullicio y alegría de la calle de Alcalá en una tarde de toros, no se nos ocurre pensar que el Gobierno tiraniza al pueblo y le hace ir a los toros por fuerza. Pues con más gusto trabajaron los madrileños en levantar el tablado, animándose con devotas exhortaciones; con mejor voluntad acudieron la corte y 85 grandes de España, y con más deleite presenció todo el pueblo el auto de fe de 1680, en que fueron condenadas 120 personas, y de ellas 21 quemadas vivas.”

Valera desarma los argumentos contra la supuesta España negra, y destaca cómo los otros países persiguieron, exterminaron, quemaron a los disidentes, y que España no es igual a Inquisición. Es un corto pero sabroso ensayo que deberían leer hoy tantos revisionistas woke -e ignaros- de nuestra historia.

Cuando reflexiona sobre De la perversión moral de la España de nuestros días, dice algo que sería perfectamente aplicable hoy cuando se execra de los políticos,

“Si en esta nación de dieciocho millones de habitantes hay seis u ocho mil tunos, entre militares y civiles, sin fe ni honra, sin idea noble, sin patriotismo y sin virtud de ninguna clase, los cuales para medrar y robar y disfrutar hacen mil infamias y, sin embargo, gobiernan siempre por turno y saquean y destruyen la tierra, es consecuencia precisa, o bien que el resto de los españoles, hasta completar los dieciocho millones, es de idiotas, o bien que todos son tan pillos, tan viles como los seis u ocho mil que descuellan, brillan y mandan”.

También son egregios sus ensayos sobre literatura, sobre El Quijote, el plagio, la libertad religiosa, sobre la crematística, el romanticismo y muchos otros temas, como nuestra relación con Portugal donde también fue embajador, uno de los pocos que ha comprendido a nuestros vecinos, lejos de los tópicos iberistas.

Mención especial merecen también sus retratos de mujeres, desde Pepita Jiménez a Juanita la Larga, y el carácter y personalidad de las cordobesas (siendo que Valera era contrario a todo excesivo provincialismo). Son mujeres con personalidad, decididas, no amodorradas, algunas, madres solteras, orgullosas, con mando en plaza (que me recuerdan a mis tías y abuelas jiennenses). Muy lejos de ese machismo que se supone predomina en Andalucía y con el que se la denuesta. Don Juan Valera amó a muchas mujeres (“las damas, mis amigas”) y la sensualidad fina se transparenta en sus descripciones:

“En Villalegre se gastaban corsés … pero la indómita Juanita nunca quiso meterse en semejante apretura ni llevar aquel cilicio que para nada necesitaba ella…sólo llevaba entre el ligero vestido de percal y sobre la camisa y enaguas blancas, un justillo o corpiño, sin hierros ni ballenas…dejando libre lo demás, que derecho y firme no había menester de sostén ni apoyo”.

En resumen, ha pasado más de un siglo desde que don Juan Valera nos dejó, pero su análisis de los problemas, de la cultura española y europea, siguen siendo un modelo de corrección, perspicacia y del libre pensamiento que siempre manifestó. Leer a Valera hoy no es en absoluto un ejercicio anacrónico sino un aprendizaje útil, un modelo para examinar la cultura actual, la situación política y social, una forma de recuperar ese liberalismo que tanto necesitamos.


[1] La guerra de Crimea, el mayor conflicto entre naciones europeas entre Waterloo y la Primera guerra mundial, causó 650.000 muertos, de los cuales, rusos, 475.000 – las tres cuartas partes por epidemias-. La guerra indirectamente facilitó a Rusia su expansión hacia Asia.